¿Por qué levantarse?

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Todo indicaba que era inminente, los expertos coincidían que llegaría, su movimiento, a veces lento, otras veces con mayor rapidez, lo presentaban con deseos y una pasión descontrolada por poseerlo todo, someterlo y lograr la impotencia de los carnales, cuan casi dueño y señor del territorio y lo que en el se encontraba. Se observaba en el ambiente, ya el cantar de las aves exhibía un pequeño, pero seguro, cambio, el ambiente lo delataba. De un lado las palmeras y las ramas de los árboles atemorizadas, de otro los causes preparados para recibir una gran cantidad de fluidos. No faltaban las hojas de metal que cubren los techos de algunas estructuras cuestionándose cómo y de qué manera afrontarían su azote. Los famosos aparatos para dar energía eléctrica entraban en una inminente preocupación y ansiedad por lo que le tocaría vivir por periodos de horas, días semanas y meses de castigo para satisfacer los obligados caprichos y/o necesidades de algunos carnales, que dada la situación, lo requerían, y lo que para otros era simplemente un habito ante la ausencia de una experiencia constante de una vida rodeada de comodidades, las que ya pronto, después de la amenaza, estarían presente en el diario vivir del carnal que olvidó una época en que la historia presenta las actividades de una sociedad con limitaciones, pero que de forma rápida y acelerada se transformó.

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Algo indicaba que se acercaba, las caras transfiguradas, las voces entrecortadas, las sonrisas desaparecidas de rostros acostumbrados a ellas ya no se percibían. Estaba allí, cada vez más cerca, dispuesto a arrasar, deseoso de establecer las pautas. Ya no había tiempo de ensayos, de hecho,  sabía que por muchos años el ensayo y el tiempo de prepararse habían sido parte del escenario y la realidad existencial, ahora el terreno del combate tenía que estar preparado para la dura realidad.

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Una madrugada, en aquel día, tal vez el más angustioso para muchos mortales que tienen como hábitat una porción de terreno ubicado en el Caribe.  Todo queda en tinieblas, se va la señal, los amigos diarios desaparecen; el compañero Facebook no se encuentra, su amiga Internet lo aparta, el gran WhatsApp se ausenta, los mensajes no salen, es el fin de la era dominante de la tecnología, el comienzo de muchos días de incertidumbre, de sobrevivir, de probar el estado de la salud emocional y social, de entrar en un reordenamiento, el primero de muchos días para reestructurar el estilo de vida y socal del carnal llamado humano, cuyo tiempo ha servido para ser muy dependiente, autómata y de una mente tecnológica individual fingiendo ser gregario y colectivo en una pseudovida comunitaria.

Resultado de imagen para filas

Es la primera noche de muchas cuyo único testigo será el cielo y las estrellas, la primera noche de muchas en las que las baterías serán la herramienta de sobrevivencia, y si la gasolina sufre igual suerte entonces un cataclismo les espera. Es la primera de muchas madrugadas y salidas del Sol en las que el dinero plástico no funcionará, en el que la ausencia de filas quedarán atrás, llega el momento de ensillar el caballo, montar la bicicleta o aceitar las tenis. Es la primera de muchas experiencias en las que se volverá a ser humano con sentido desarrollado y presencia de necesidades básicas, pero limitando la satisfacción de las mismas. Es la primera de muchas horas en la que el sonido de la lavadora no se escuchará, en la que la petaca o la tabla de lavar alcanzarán un valor incalculable, la que se encargará de moldear los nudillos, en las que el jabón y el agua acariciarán la ropa sudada y los músculos serán el rodillo natural. Es la primera de muchas tardes en las que la hornilla calentará lo poco de comida que se pueda preparar, no se puede desperdiciar ni una salchicha, la jamonilla y el pan, junto a las sopas de pote se convertirán en el plato clásico de la mesa, pisado con un vaso de tamaño de 7 onzas de agua a temperatura ambiental, líquido preciado por muchos y saboreado por pocos, pero del que ninguna gota podrá ser desperdiciada.  Llega la noche, una de muchas que llegarán en que, previo a ir a la cama y ser distraídos por los mosquitos, es obligatorio jugar una mano de dominó, o un juego de barajas o contar historias familiares y de crianza, llega la vida de familia. Es la primera de muchas noches en la que se dormirá a merced de vencer a los invitados voladores que susurran al oído y le agrada chupar la sangre para comprobar si el ADN del mortal es boricua,  será un reto, en la que adaptarse al ruido de la planta eléctrica se convertirá en  un habito y adicción no deseada, pero necesaria para algunos «privilegiados», en el que respirar e inhalar aire contaminado curará los pulmones o los preparará para su envenenamiento mortal, disimulando una dosis diaria de vitaminas y suplementos nutritivos.

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Un ciclo de aproximadamente veinticuatro (24) horas de tenues, a veces masoquistas, pero fuertes caricias y zumbidos, que en algunos momentos se confundían con gemidos de parto. Vientos fuertes, ráfagas violentas y continúas, lluvias copiosas, en ocasiones poca, pero apretando su paso se colaban entre las hojas frías de la ventana, golpeándolas incesantemente hasta  que penetraban al interior del nicho de vida, del espacio formado por los carnales para proveerse de seguridad, provocando movimientos apresurados para que las toallas y los paños trataran, con la debida aplicación de la fuerza muscular, absorber lo insistente de su derramamiento. Ya se percibía el cansancio, el agotamiento, la debilidad, física y, mucho más, la emocional. Seguía drenando a sus habitantes, insistía en permanecer y castigar, no quería, no pretendía, no le daba las ganas de alejarse, de momento parecía que se marchaba, pero recordaba que el trabajo no había terminado y regresaba con mayor enojo. Pasan las horas, pero el reloj está detenido. El eterno visitante pasa juicio, realiza su inventario, cuerpos de agua tomando el control de las calles, la naturaleza reclamando y apoderándose de lo que tiempo atrás le pertenecía, árboles movidos de lugar, rótulos en el piso, techos que fueron transportados vía aérea y colocados en territorio vecino, postes trastocados, cables abrasando las ramas de los árboles o arrastrándose por las calles. Amanece en espera, en incertidumbre, la comunicación no fluye, solo se sabe de lo ocurrido en el batey y su alrededor, nadie llama, nadie escucha un mensaje, el hábitat ha sido destruido, parte de su equilibrio ha sido desorganizado, los vulnerables han sido azotados, castigados sin misericordia natural,  le echan la culpa a ella, pero son muchos los culpables. Le señalan como la responsable, pero son muchos los que no se prepararon, desde los que se supone den cátedra de catástrofes, hasta los que suelen seguir, como fieles soldados de fila sus directrices. Todos están sobresaltados, sorprendidos, en «shock». No era lo que esperaban, hay que trabajar con la situación, hay que manejar la crisis, pero sin caer en crisis, hay que dar esperanza pero sin caer en desesperación, hay que poner en marcha una logística, pero sin improvisar. Hay que demostrar confiabilidad, pero sin mentir. Hay que levantarse, pero no se levanta el que está de pie, el ADN del que habita este suelo borinqueño sigue de pie, no hay que levantarlo, hay que animarlo a mantenerse de pie. Hay que darle las herramientas para que su autogestión lo mantenga caminando con esperanza, con una razón de ser, con visión, con metas definidas, con confianza y creencia de que lo que se hace es para mantenerlo de pie, no para arrodillarlo y obligarlo a limpiar sus lágrimas con servilletas humillantes e innecesarias. Su ADN  es único, elegante, distintivo de un caribeño que sabe luchar y que cuando acepta la ayuda que le ofrecen no lo hace porque es menos, lo hace porque es un humano con necesidades a las que las circunstancias lo han llevado. Hoy, como ayer, al igual que lo testifica la historia, con gallardía, lo logrará. HOY SE SIGUE DE PIE.