El Cuerpo Humano bajo el Microscopio

El cuerpo humano bajo el microscopio

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net Tras mis huellas

Dios sigue aquí, tras mis huellas. El misterio de mi vida no se puede explicar sin Él. A veces parece que todo ocurre como si no existiese.
Tras mis huellas
Tras mis huellas

Es respetuoso. No grita, no incomoda, no obstaculiza mis opciones. A veces espera, a un lado, silencioso ante mi indiferencia, mis traiciones, mi egoísmo. Otras veces se adelanta, me manda un mensaje que no leo, que no observo, que no entiendo.

Aquí sigue, sin cansarse. Sabe que lo necesito, sabe que no puedo vivir sin él, aunque muchas veces actúe como si todo dependiese de mí, como si mi pequeñez y mi barro fuese grandeza de poder y de aplausos vanos.

Nos sorprende ese Dios respetuoso del hombre y de su historia. El Dios que parece callar ante un campo de concentración, ante un hospital donde médicos abortan, ante un pueblo que ve morir a sus niños y sus viejos por falta de comida, agua potable y medicinas. El Dios que parece cerrar los ojos cuando los poderosos deciden suscitar nuevas guerras, vender armas, cerrar iglesias y calumniar a los enemigos para conquistar el poder, para ganar más y más dinero. El Dios que parece descansar cuando una lluvia torrencial destruye casas, cosechas y esos pocos bienes que tenían familias pobres de unas chabolas en la colina, o cuando la sequía deja esqueléticos, moribundos, a madres e hijos en un valle que muere de tristeza.

Dios sigue aquí, tras mis huellas. El misterio de mi vida no se puede explicar sin Él. A veces parece que todo ocurre como si no existiese.

La verdad es que sin su amor mi aliento sería frío, seco, hueco. Sin su compañía el cielo lloraría de tristeza, el agua sería amarga, el pan podrido, la luz oscura. Sin su mirada no habría esperanza ni consuelo en los momentos de dolor, de enfermedad, de fracaso.

En el camino, en las opciones de la vida, ¿por qué no grita, por qué no conquista mi libertad y la une a la suya, siempre mejor y más segura?

El cielo se viste de estrellas, la luna crece y decrece con ritmos precisos, el mar mece sus inquietas aguas y las hormigas buscan, también hoy, un poco de comida entre los cubos de basura.

Algún alma dejará su cuerpo, esta noche, y verá de frente, cara a cara, a ese Dios que lo esperaba, que lo amaba con locura. Otros muchos seguirán su camino, triste o alegre, amargo o lleno de esperanza, creyendo avanzar solos, creyendo que Dios no está a su lado.

Tras nuestras huellas, en silencio, como un padre abandonado y deseoso de cariño, caminará ese Dios que nos tiende la mano, que suplica un gesto de clemencia, que puede perdonarnos y dar sentido a nuestros días y noches, nuestro trabajo y descanso.

Es el mismo Dios que dijo, en una tarde de Calvario, que tenía sed, que suplicó clemencia y perdón para los hombres de aquí abajo. Que abrió su corazón para que viésemos lo mucho que nos quiere, lo que valemos a sus ojos.

Dios sigue aquí, a mi lado, mientras medito un gesto de venganza o un pecado solitario. O mientras decido, entre lágrimas, dejarle entrar en casa, para que limpie mis heridas y me abrace, como a un hijo pródigo. Para que me coja de la mano y pueda llevarme un día, para siempre, al gran banquete de los cielos…

Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net Las espinas dan rosas

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré.

Las espinas dan rosas
Las espinas dan rosas

El hábito de mirar el mejor lado de las cosas es una clave para ser feliz. Claro que hay sombras, pero también hay sol. Claro que hay problemas en la vida, pero también hay soluciones.

Todas las cosas tienen el lado bueno y el lado menos bueno. Algunos se empeñan en ver sólo el lado malo, y se amargan la existencia. Otros, en cambio, buscan en todas las cosas el lado bueno, y son felices. “Los tallos de rosa tienen espinas”, dicen los pesimistas. Pero los optimistas responden: «Las espinas producen rosas”.

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré. Algunas espinas se me clavarán en el alma. Pero eso no me impedirá disfrutar de las maravillosas rosas que produce el rosal.

Una vez que perdemos el ánimo, perdemos un cierto número de días de nuestra vida. El que nos desanima, nos hace un daño total, y, si somos nosotros mismos, nos convertimos en nuestros peores enemigos.

Todo se puede remediar, mientras dura la vida. El ser más animoso de todos es Dios, que logra continuamente cambios de pecadores empedernidos en santos de altar. Él sabe que se puede; que hoy pueden estar las cosas negras, pero mañana pueden amanecer blancas. ¡Qué fácilmente nos damos por vencidos! Cada día más. El colmo del desaliento es la desesperación total, el darse un tiro en la sien, colgarse de una cuerda. Suicidarse, de la forma que sea, significa que no queda ni rastro de esperanza.

No todos llegan al suicidio, pero se pueden acercar peligrosamente. Y los problemas, ¿qué? Los problemas están ahí, pero yo estoy aquí, y no me dejo apabullar, porque sé que cada problema tiene por lo menos una solución. Sé que la actitud frente a un problema, la forma de reaccionar frente al mismo es mil veces más importante que el problema mismo. Hasta se podría decir: ¡Felicidades, tienes un problema!

Si puedo amar a Dios y a mis hermanos; si puedo realizar grandes cosas para mejorar el mundo; si puedo hacer felices a los demás y a mí mismo vale la pena vivir, aunque me clave alguna espina de dolor en el trayecto. Mas aún, las espinas pueden convertirse en rosas: Los sufrimientos de la vida, llevados por amor, se convierten en las rosas más bellas.

Purificación y verdad:Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

¿Por qué no todos llegan a la verdad? ¿Por qué nosotros mismos caemos en el error, en la mentira, o vivimos asediados por las dudas? ¿Por qué hay tantos temas en los que se suceden una y otra vez las discusiones?

La explicación no es fácil. Las causas de los dudas y de los errores son muchas. Pero en el mundo antiguo vislumbraron ya un camino que permite avanzar hacia la verdad: la purificación.

Porque el ojo no puede ver si está dañado por la oscuridad. Porque la mente no puede pensar bien si está desorientada por las pasiones o por los prejuicios. Porque el corazón no se compromete en el camino hacia la verdad si se deja arrastrar por los caprichos del momento. Porque nos falta libertad interior si estamos atados por cadenas del mundo en el que vivimos.

Purificar significa romper con cualquier suciedad, cualquier prejuicio, cualquier pecado, que impide abrirnos a la verdad.

¿Es posible alcanzar esa purificación? Para la fe cristiana, sí, porque Dios mismo vino a curar, a sanar, a limpiar, a robustecer, a levantar, a guiarnos hacia la luz, hacia el amor, hacia el bien, hacia la belleza.

Desde la acción de Cristo, limpiados de la “vieja levadura” (cf. 1Cor 5,6-9), unidos a la vid que vivifica (cf. Jn 15,1-8), estamos en condiciones de ver mucho más lejos, de ver mejor, de descubrir horizontes de verdad que unen, que alegran, que salvan.

El día del bautismo recibimos vestiduras blancas, limpias, nuevas. La pureza dominaba nuestras vidas. Si el pecado empañó nuestro cristal, si hirió la armonía de los corazones, la confesión puede purificarnos, puede lavarnos de nuevo, puede redimirnos.

Vivir en la verdad: no hay otro camino para llegar a consensos buenos, a sociedades sanas, a familias unidas. Desde la purificación interior, lejos de las tinieblas del pecado (soberbia, avaricia, lujuria, pereza, rencor, y un largo etcétera) podremos avanzar, poco a poco, hacia quien es Camino, Vida y Verdad eterna, podremos ver, como los limpios y puros de corazón, a Dios (cf. Mt 5,8).

Cuando Desperte… Por Christian M. Varela Morales 9 de agosto de 2010

Estuve mucho tiempo viviendo en una pesadilla, pesadilla en la que no tenía herramientas para escapar, una real y mala pesadilla. No sabía si la merecía, no sabía si debía pasar por ella, si, sentí necesidades humanas, quise llorar, quise dejar de sentir ese abismo dentro de mí, no sabía si lo lograría no sabía si podría, no sabía que necesitaba, solo sabía que debía despertar.

Paso algún tiempo, tiempo que me ayudó a madurar, a aceptar las cosas como son, a cuando llegara el momento de sentir lo que sentía no temerle y si sacar la cara, a entender que si no te valoras nadie lo hará por ti. A analizar mi vida, a decidirme a echar hacia delante y no ser uno más de los que se pierden en el camino. A conocer la vida desde otra perspectiva, pero sobre todo a luchar por lo que realmente tiene valor.

Siempre supe que este momento llegaría, el momento de despertar se avecinaba, solo tenía ansias de conocer mi vida, mi verdadera vida. Hora cero, llegó el momento, la pesadilla había acabado, no sentía  ningún lamento,  lo único que veía era el comienzo, lo único que sentía era esa presencia, ese ser. Abrí los ojos y tú estabas ahí, eras tú, solo tú, quien me enseñó a cambiar las pesadillas por sueños, a dejar de odiar para amar, a dejar la rebeldía por armonía, a soñar despierto y despertar en un sueño. A quererte, a respetarte, a no dejar para ayer lo que puedo hacer hoy, a sentir esto que siento, a despedirme y comenzar a extrañarte. Pero sobre todo a aprender decir  te amo.